viernes, 2 de febrero de 2007

Andén de vida

De la mano de mi abuelo conocí la estación de Villa Ballester, sentados en la sala de espera , vimos pasar los trenes locales y los que se detenían para cargar la bolsa con el correo o las encomiendas. El reloj de la sala llamó mi atención, una aguja larga, una corta y una delgada que no cesaba de andar. Aprendí el funcionamiento y volví a casa con el nuevo conocimiento, como si fuera algo maravilloso. Para mí lo era. Ya no tenía que preguntar, era yo la que preguntaba: ¿te digo la hora?Cada visita a la estación de tren era una fiesta. Los horarios de los trenes, me cautivaron.¿Cómo sabían que debían llegar, quién les avisaba?¿Nono, cómo saben los trenes? Los veía con vida propia. También aprendí que no era así. Que había muchas señales, muchas personas, muchos contratiempos. La sala amarilla, como la llamábamos, servía de aula.La Abu llegaba algunas tardes con la merienda caliente. La casa no estaba cerca de la estación.. Pero ella llegaba con su mejor sonrisa y una pequeña canasta con el termo, algunas galletitas y casi siempre con un buen trozo de pastel de manzanas, tibio.¿Nono, se puede guardar el calor del verano para cuando llegue el invierno?¿Y si le llevamos a la Abu un poco de luz del sol, para cuando esté cosiendo en la máquina y sea de noche? Los trenes indiferentes a mis inquietudes pasaban siempre con el mismo rumbo. Hacia la derecha, al interior del país. Hacia la izquierda , a la Capital.Arriba, abajo, delante, atrás, la hora, los horarios, invierno, verano, luz y sombra. Ya estaba al tanto de todo.Ya crecí Nono, ahora puedo venir sola a ver los trenes. La sonrisa y los ojos claros me dieron la bienvenida al mundo de los grandes. Tenía cuatro años y toda la energía del mundo. Eso creí.El abuelo se fue seis años después. La Abu cuando cumplí veinte. Mucho antes que el Nono, habían partido papá y mamá.El andén me esperaba todas la mañanas, subía al tren , y luego de ocho o nueve horas, otro tren me dejaba en el mismo lugar. Me quedaba en la sala de espera, sin esperar a nadie. Estar allí era recuperar mi familia.Veía envejecer a mis compañeros de viaje, y todas las mañanas frente al espejo renegaba de las arrugas. Me decía que eran prematuras, pero sabía que no lo eran. Iba más temprano para verme en otro espejo que no fuera el de casa. Donde me miraba era el horario de trenes, enmarcado y protegido por un vidrio. Allí me veía mejor. Mucho mejor.Acepté casarme con Javier, siempre me había gustado su cara jovial, su manera de cederme el asiento apenas me veía ingresar al vagón, su voz al preguntarme: ¿cómo estás hoy?, el tono cuando me decía: hasta mañana, dulce.Y amé cada mañana y cada tarde que fue mi compañero de viaje en tren, sin saber que lo que amaba, era otra cosa.El siguió viajando, yo, en casa. Lo iba a esperar con alegría, la sala me recibía iluminada por el sol de la tarde, era un buen lugar para alguna labor de mano y la calidez de la lana , las agujas moviéndose ágiles, mis compañeras de esos momentos. Hasta que llegaron los hijos, se complicaron los horarios y cuando me di cuenta, la sala de espera se hizo recuerdo.El amor se desgastó sin saber cómo. Los niños, la casa, el dinero que no alcanzaba. Propuse un viaje en tren para las vacaciones. Y allá fuimos. Pero el tren no solucionó nuestras diferencias, es más, las aumentó. Siete largos días fueron suficientes para saber lo que había que saber. En la sala amarilla, lo discutimos una madrugada.Y, cada uno por su lado, eso dijo.Ahora los niños han crecido. Ya tienen su vida.Estoy otra vez en el andén, dentro de la sala un poco descuidada, viendo cómo pasa la vida de los demás. Hoy siento que estoy tomada de la mano del Nono y que la Abu en cualquier momento llegará con la merienda caliente. Hace mucho frío.
® Cecilia Ortiz

2 comentarios:

María Antonia Moreno dijo...

Lo leí en Margen Cero y ahora aquí. Muy entrañable, y muy efectivo ese comparar el andén de la estación con nuestra vida, esa sala de espera, esperando siempre esperando...
besos

Cecilia Ortiz dijo...

Gracias Marian, tardé en contestarte porque no podía a "comentarios", cosas que pasan en el mundo de internet.
Un gran abrazo.
Ce