domingo, 25 de marzo de 2007

Verano





Mi hermana y yo acostumbrábamos a pasar nuestras vacaciones en casa de los abuelos maternos. Mara y yo disfrutamos siempre, hasta que cumplimos los doce años.
Verano.
Beo y Aba, así los llamábamos desde la media lengua de las primeras palabras, habían planeado salir en bicicleta.. Cada uno llevaba una nieta en el asiento de atrás.
Quiso no sé qué misterio que la bicicleta de Aba no quisiera andar. Los pedales giraban, las ruedas también, pero, empecinadas, no se movían del lugar.
Mi hermana me miró con cara extraña. No dijo nada, pero entendí que decía. Si no voy yo, no vas.
Sonreí. Me aferré a la cintura del abuelo, que indeciso aún no hacía andar su bicicleta.
La tarde comenzaba unos giros de viento, hojas sueltas, mariposas y el sol filtrándose entre las ramas de los árboles. Nosotros detenidos o con movimientos lentos, mirábamos la bicicleta empacada.. Sin hablar.
Pensé con fuerza, con mucha fuerza, que todo se solucione. Los segundos jugaban con mi pelo trenzado.
Apareció Pablo, mayor que nosotras, con su bici nueva. La escena se iluminó con la sonrisa de todos.
La abuela , para consentir a Mara le pidió que la llevara . No lo dejó decir una palabra, cuando lo intentó, mi hermana, con cara de triunfadora, ya estaba sentada detrás.
Salimos los cuatro. Mariana me miraba desde altura que le daba el estar con Pablo. A mí me pareció que el suelo me atrapaba, tan abajo me sentía. Se soltó el pelo.
Me sentí mal con mis trenzas. Cuando intenté soltarme del abuelo, para arrancar los moños con fuerza, tuve que escuchar lo de siempre. No te sueltes, que te podés caer, tranquila nena, disfrutemos el paseo . Mirá que linda se ve la casa desca acá.
Desde acá, era la cuesta rodeada de casas y jardines , allá abajo la antigua construcción donde veraneábamos se veía pequeña. No me pareció linda.
No dejé de mirar a Mariana ni un segundo. Iba radiante. Igual que Pablo.

Regresamos a la tardecita, por la calle de tierra, la que tiene un techo de árboles siempre verde. Mis lágrimas se escondían en la camisa del abuelo.
Me casé con Pablo ocho años después. Desde ese día mi hermana no me habla.
® Cecilia Ortiz

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cecilia, deberías reunir en un volumen todos estos relatos que nos transportan a la infancia, a un mundo de recuerdos, de nostalgias, de ironias, de patrias.
La infancia es nuestra patria. ¿Acaso todo lo que somos despues no es una prolongación de lo que fuimos de niños?
Enhorabuena, por plasmar de forma brillante con palabras que se transforman en imagenes ese mundo.

Cecilia Ortiz dijo...

María, lo haré. Tus comentarios son un aliciente para hacerlo.
Te lo prometo.
Besos.

Anónimo dijo...

Un viaje al pasado con luces y sombras. Una exprsiva acuarela literaria.
MARITA RAGOZZA

Cecilia Ortiz dijo...

Si, es una acuarela, que forma parte de una vida imaginada, de un personaje. Son ellos los que me aydan a a transitar por la historia que cuento.
Besos