lunes, 14 de mayo de 2007

No hay miradas



La noche avanza y me detengo, al borde del camino. Serena, la oscuridad acompaña el último vestigio de luz atrapado en mis ojos. No puedo cerrarlos, están vivos. Apago el motor del auto. Mi cuerpo añora el sutil borde de nuestras sábanas.
Aún en la sombra la noche es generosa. Restaura, aligera el contorno de las cosas, se hacen una sola forma.
Soy invisible, no hay miradas que miren ni reclamen.
Me doy cuenta de que andar a solas es diferente a lo que pensé.A todo se acostumbra el día, y también la noche, con su primavera postergada porque necesita luz. Y la necesito.
Sus palabras me hicieron recordar el color del verano; la voz acumula soles, paisajes, enhebra sonidos con alas, transforma piedras hostiles en playas; mi corazón emana destellos, es difícil decir adiós aunque se está dolorida.
Mis manos se rebelan al designio que impone el destierro, el elegido por mí. Siguen aferradas a la piel de un bolso que contiene el vestigio de cartas. Para recordarme que sólo se detiene lo que quiere detenerse y que se guarda para sí lo que tiene prohibido despertar. Son las cartas que le escribió a ella, su nuevo amor.
Cuando se despierta en medio del sueño, el insomnio se apodera de todo y volver a dormir es imposible. Así me sentí mientras escuchaba sus mentiras: que me ama.
Ya no le creo. No se ha dado cuenta de que a su costado, vestida de noche en la noche misma, soy día.

Entro en el auto, lo pongo en marcha. El camino se abre en la casi madrugada, no hay luces en el camino.

® Cecilia Ortiz

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