domingo, 10 de mayo de 2009

Mamá Tere


















Digamos que es ficción, que nunca sucedió. Pero la verdad de la ficción es relativa. Hasta dónde es realidad, sólo es propiedad del autor. O autora.
Digamos que sucedió en un lugar lejano, en distancia y tiempo.
Lo contaré en tiempo presente como si estuviera sucediendo ahora.



Siete mujeres poetas llegamos. Así de simple. Llegamos.
El lugar es tranquilo, no se ve gente por las calles. Es pasada la hora del mediodía, el cielo despejado tiene una claridad especial que bien podría ser espacial.
Pasa el tiempo entre subir maletas hasta una oficina, entrar a otra y esperar. Hemos estado esperando buena parte de la mañana, en otro lugar, que pasaran a buscarnos.
Estamos algo inquietas. El aire huele a qué, me pregunto. Algo huele raro, como si quisiera anunciar o denunciar. Pienso que es cansancio, que el viaje, que la distancia. Que no puedo seguir pensando esto.

El hombre entra, es un hombre como tantos otros, pero éste tiene el cargo más alto del municipio. No lleva un letrero que lo anuncie, lo anuncian.
Nos mira como si estuviera viendo extraterrestres.
Comienza un discurso de bienvenida. No. Es un simple discurso, de esos a los que está acostumbrado. Lo interrumpo, me presento y digo lo que hemos ido a hacer.
Que a un presidente de municipio le lleguen como de regalo siete mujeres poetas, no es fácil de digerir. No sabe nada, de nosotras, no sabe qué hacer con nosotras. Consulta a sus allegados. Están igual que él.
Cada una propone algo. Para eso hemos viajado tanto.
Acordamos un plan de trabajo para la tarde y para el día siguiente. Y salimos.
Han pasado horas desde que llegamos. Paseamos por los alrededores, Almorzamos y ahora estamos en un vehículo, algunas en la cabina del conductor que vocifera como si repartiera melones: Ando repartiendo a las poetas; otras en la parte de atrás, a pleno sol.
La poca gente mira, pero no saluda. Alguien me susurra al oído: Realmente estamos acá o es un sueño colectivo. Pienso, sería un sueño si la banda municipal estuviera haciendo un concierto de bienvenida. No lo digo.
Estamos frente a una casa, dos compañeras han descendido. Un hombre las recibe, sus ojos parecen de gato, se muestra amigable. Entran. Seguimos viaje por una calle en lo alto del pueblo, a los lados las casas se pierden hacia abajo. El cielo sigue especial.
Aparece de improviso un vehículo azul, viene subiendo con velocidad, frena a escasos centímetros de nosotros. Lo sé porque estoy sentada en la cabina. Si saco la mano puedo tocarlo. Gritos, nuestros gritos. El otro conductor ni muestra de disculpas. Y el que conduce el que viajamos dice sonriente: Es A… de la oposición. ¿Qué oposición? La pregunta queda en el aire. ¿Y si nos hubiera impactado? Estaríamos cayendo por ahí, señala vagamente.
Giro la cabeza, miro a mis compañeras, están bien, las maletas y bolsos se han desacomodado, pero ellas no.
Seguimos viaje.
Nos detenemos delante de una casa. El conductor explica: Esta señora dispone de alojamiento para una sola. Desde atrás se escucha una voz: Me quedo yo.
Tenemos que volver a la casa anterior, un bolso no está. Cuando llegamos las dos poetas que habían quedado allí, salen con todas sus pertenencias. Vuelven a entrar sin decir palabra. Un detalle, que no se me pasa por alto, consulto a la que tengo a mi lado.
El motor del vehículo tapa mi voz.
El bolso estaba oculto bajo un abrigo y partimos nuevamente Volvemos a la segunda casa. La mujer nos saluda con su mano en alto cuando partimos. Primera señal de que hemos arribado a buen puerto.
Quedamos cuatro, en espera.
Volvemos a la calle principal, la de la plaza, el Palacio Municipal, los puestos del mercado, sin vendedores.
En otra casa quedan dos poetas, entran acompañadas por la mujer que las recibió.
Volvemos a viajar. Recorremos todo el pueblo, salimos de él. Vamos por la carretera hacia las afueras. Ya no hay casas. A lo lejos se divisa una construcción, solitaria. Bien arriba, sobre el faldeo del cerro.
Quedamos frente al hombre que nos recibe, subimos despacio, parece que nuestras maletas no están de acuerdo. La habitación tiene una cama matrimonial, se cierra desde afuera, está apartada de la casa. Salimos de ella, bordeando un caminito angosto, rodeado de árboles y plantas de buen tamaño.
Estamos sentados alrededor de la mesa. El hombre nos ofrece una bebida. No aceptamos.
Él se disculpa, su esposa no está porque no le gusta estar en la casa y prefiere trabajar fuera y llega muy tarde en la noche.
La televisión encendida es un alivio, no sabemos de qué hablar.
Finalmente hablamos de fútbol, de su equipo favorito, de mi equipo favorito, del equipo favorito de mi compañera. Lentamente pasa la hora. Parece que retrocede.
Vamos a la habitación, nos sentamos al borde de la cama. Mi compañera busca el baño, regresa con cara de preocupación. No tiene puerta, una cortina es todo lo que hay antes de un pozo y la nada.
De noche va a ser imposible ir, dice en un suspiro mientras busca algo en su mochila.
Y có mo te ves dur mien do acá, digo entrecortadamente.
No me veo. ¿Y tú?
Estamos en silencio. Siento que ella no dice lo que piensa.
Qué piensas, digo en voz baja.
En una vaca que toca el violín. Es un dibujo animado muy viejo, siempre que estoy inquieta pienso en eso.
Me río. Ella también.
Su vaca violinista me ayuda encontrar mi equilibrio interior. Me digo: esto no es tu vida. La vaca deja de tocar. Han llamado a la puerta.
Es el dueño de casa, ya es hora de partir.
Entre nuestro anfitrión y el conductor del vehículo han arreglado quien nos llevará hasta la casa donde nos reuniremos antes de ir la escuela. Haremos una presentación allí.

A partir del momento del reencuentro con mis compañeras todo comienza a ocurrir a mucha velocidad.

En la escuela los alumnos están como en misa. El salón iluminado es lo único con vida. Los maestros escuchan desde afuera. Suenan las voces, una detrás de otra. Los poemas sobrevuelan el espacio invisible del universo, que nos rodea. Estamos en él, somos una pequeña parte que palpita, en este pueblo adormilado por, no sé qué aroma silvestre. No puedo creer que sean siempre así.
Hablo, es mi voz la que escucho ahora, digo que me hice poeta porque el mundo tal como es, no me gusta, cuento cómo surgió cada poema que leo, desde que dolor, desde que angustia, desde que emoción. Mientras leo, la vaca violinista bailotea al fondo del salón. Los niños sonríen, logro compartido con la que hace sonar el violín y no se escucha.

Salimos, la calle desierta. Locales cerrados. Son las seis de la tarde de un día viernes. Tenemos ganas de tomar café, o té y contarnos las experiencias de cada una. Una mujer que trabaja en el municipio nos lleva a una especie de club social. El café me sabe a gloria. Lo necesitaba.
Ha ocurrido una revolución. Las dos primeras poetas que fueron alojadas en la casa del hombre ojos de gato se fueron con la excusa de comprar un medicamento y no regresaron. Tenían que dormir en una habitación con una cama matrimonial, una cama simple y un catre. Cinco personas en una sola habitación. El dueño de casa presentó a una mujer como su empleada y una jovencita como la hija de ella. Mis compañeras sintieron que no podían quedarse allí, en la otra habitación solamente había mesa y sillas Consiguieron alojamiento en un hotel. Mi compañera y yo nos miramos. Nos comunicamos con el pensamiento. Tendríamos que recuperar las maletas. Una buena excusa es decir que ellas nos invitan a compartir su cuarto.
Y nos prometemos que cada una velará por la seguridad de todas. Ya no más quedarnos con detalles que nos hacen sentir inseguras. Detalles. Los presentimos cuando regresamos a buscar un bolso. Esto de estar espalda con espalda no es lo que esperábamos, ni lo que, como invitadas a un evento internacional, se puede esperar.

Vamos en un vehículo que parece salido de otro mundo, muy moderno. Butacas cómodas, capacidad para diez personas. Puertas deslizantes. Nos ha pasado a buscar un policía. Será nuestro conductor. No estamos sorprendidas. No sabemos por qué, pero no hay sorpresa. Que todo sea como quieren que sea.
Pasamos a buscar las maletas. El hombre sigue solo.

Es loco, así de simple, loco. Estamos en medio de la nada, bajo el cielo estrellado, observando la vía Láctea. Una oferta del policía para que viéramos algo reconfortante. Lo que no sabemos es si sabe qué es algo reconfortante.

Frente a nosotras el paisaje a oscuras, la carretera que cada tanto se ilumina al paso de algún vehículo de carga desde donde las bocinas y los gritos nos hacen sonreír y a la vez pensar qué estamos haciendo allí. El cielo testifica que estamos, estrellas, millones de estrellas, cercanas o lejanas o ya extinguidas nos observan. Algo se mueve allá arriba. Pregunto donde está el oeste. Nadie sabe. Lo pregunto porque si eso que se mueve va de este a oeste es un satélite, si no, es otra cosa. Y parece que lo es. Aumenta de tamaño, se achica, cruza veloz, se detiene. Es loco, si, muy loco, repito cada tanto.
La noche resplandece de silencio, luces lejanas, eso que se mueve; empezamos a impacientarnos.
El policía cruzado de brazos mira, como nosotras hacia arriba. Con tranquilidad, eso parece, mira la hora y pregunta: ¿Les parece regresar?

Regresamos. Todo vuela, los minutos, la hora, las nubes, el vehículo.

Mi compañera y yo estamos sentadas al borde de la cama. En otra habitación las otras dos poetas, descansan. Nos despedimos de ellas, como si no estuviéramos conformes. Y no lo estamos. La sensación de estar solas, es permanente. Lo sé.

El dueño del hotel y la señora que estaba con él, parecían de un cuento de misterio (por no decir de terror) Nada decimos. Voy a darme una ducha, mientras pienso en la vaca violinista y me imagino una canción de casa de muñecas. Canto algo parecido a un bolero, la letra se ausenta. Creo que la vaca no desea que le haga competencia musicalmente. Escucho la voz de un hombre. Presto atención. Escucho la voz de mi compañera. Pregunto: ¿Está todo bien?. Escucho: Si.
¿Qué pasó? Vino el policía a preguntar si habíamos llamado para decir que estábamos incómodas. Le dije que no y las chicas le respondieron lo mismo.
¿Otra vez el policía?Ay amiga estomeparecedepelículamalfilmada, digo todo seguido casi sin respirar.
Algunos gritos resuenan afuera, lejanos. Una mujer grita fuerte. La voz de un hombre parece dar una voz de mando. Voces que se superponen. Cuesta comprender qué dicen. No se entiende. Será lejos de aquí. Silencio.
Miro a mi compañera y le digo: lo único que falta es que aparezca el policía otra vez,
No dice nada.
Ya tengo puesta la ropa para dormir, me saqué las lentes de contacto y estoy pasando crema por mi cara, me parece un placer extravagante, dadas las circunstancias .Lo que ha ocurrido hoy es increíble. La ropa para mañana está como apurada para que la use. Estoy cansada, me digo, muy cansada.
Golpean la puerta, me asomo por la cortina que cubre el vidrio de la parte de arriba, abro porque alcanzo a ver una cara conocida que dice: ¡Vamos!
¡Vamos ya! ¡Así como están! ¡Vamos!
Así como estoy, no, digo
Antes muerta que sencilla, susurro y apurada me pongo las lentes, caigo dentro de la ropa que aguardaba con impaciencia y termino de vestirme mientras acarreo la maleta escaleras arriba. Si, escaleras arriba, donde está la puerta de entrada.
Salimos del hotel escoltadas por la poeta que había quedado sola en casa de su anfitriona, el policía y una jovencita que no conozco. Soy la última en subir al vehículo. Todas las caras me miran con asombro. Todas las caras que me miran tienen miedo.

Estamos en casa de la anfitriona que solo iba a alojar a una. Somos cinco en total. Todavía no puedo creer lo que escuché. No puedo creer lo que sucedió o no sucedió por obra y gracia de esta mujer que nos está alojando en su casa. Estamos en la cocina comiendo, bebiendo algo caliente, hablando sin saber muy bien de qué. Por lo menos yo. Escucho, presto atención, y no entiendo. ¿Secuestradas en el hotel?
Parece que sí, que es así.

Tengo que ir para atrás, al momento que nuestra compañera alojada en esta casa, estaba muy cómoda, comiendo y conversando con la dueña de casa y su hija. Contaba nuestra aventura al aire libre y luego que nos quedamos en el hotel y las razones por las que nos habíamos quedado. De allí para adelante es todo vértigo.
La anfitriona, llamó por teléfono a un familiar, diciéndole que él sabía lo que estaba ocurriendo y que tenía que sacarnos de allí. Por eso fue el policía a preguntar si habíamos llamado para quejarnos. Le avisaron a ella que estábamos bien y enojada con su familiar le dijo que le enviara el vehículo que iba a sacarnos de allí.
Nuestra compañera, alojada en la casa, tomó las riendas del asunto, se vistió de luchadora, y salió rumbo al rescate. Y la voz de mujer que escuchamos era su voz. Peleó, literalmente por nosotras.
No querían dejarnos salir. El policía intervino. Nuestra compañera argumentó que éramos diplomáticas, que el dueño del hotel se metía en un lío internacional. Y no sé cuantas cosas más. Muy loco, pero real. Si no lo hubiera vivido, me costaría creer que esto sucedió.
Más o menos fue así: la casa del presidente del municipio sufrió un atentado en la madrugada del día que llegamos. Nosotras nos rebelamos en contra de nuestros anfitriones, entonces, aprovechando el río revuelto nos darían un susto para intimidar al presidente ( intimidarlo? para que haga qué?). Contado rápido para que parezca menos macabro. Considerando que: éramos las únicas pasajeras en un hotel de “paso”; que el conductor del taxi que llevó a mis compañeras no dijo nada sobre el tipo de hospedaje; que el policía, tampoco y que los anfitriones se “vengaban” de nuestra actitud. Una mezcla bien explosiva que no detonó de milagro. Y que, seguramente, todos sabían todo.

Por eso sigo sin comprender. Entiendo todo, pero no lo comprendo. No somos aventureras, llegamos hasta aquí desde nuestros hogares, por invitación oficial, que a esta altura ya no sé si es tan oficial y si hay alguien responsable, además de nuestra anfitriona. Y nuestra compañera guerrera.
Tan silencioso el lugar, tan de espaldas a nosotras, tan que nadie nos veía y todo lo que se movía bajo la apariencia de tranquilidad

Ahora la noche está afuera, las estrellas siguen con su luz intermitente, lo que volaba y no sabemos qué es, estará o no. Nosotras estamos abrigadas en esta casa, rodeadas de cariño. Es evidente. Una mamá nos protege.

Ya escucho mi voz cantando una canción que aprendí en mi infancia. Habla de un pajarillo pecho amarillo, que revolotea el nido perdido. Es triste, pero me recuerda mi casa, mis padres, mi perro. Sigo cantando. La vaca violinista debe estar dormida. No me interrumpe.
Mis compañeras ríen. Están contando mi preocupación de super estrella por mi ropa y mi aspecto, hasta en momentos tan tensos como el de hace un rato. Sonrío y hago gestos de artista consagrada.
Pienso en el día de mañana. Cómo será. ¿Tan alocado como el de hoy? ¿Seguiremos en este lugar, alguien nos dará alguna explicación, cómo estarán los otros grupos? Quiero irme, ya mismo. Mi mente gira a mucha velocidad. Dejo de pensar.
Mañana es otro día y tal vez, (esto no me convence) cambie el rumbo.
Hoy, el ahora es lo que tengo frente a mí.
Miro a mí alrededor. La anfitriona rodeada de las poetas y su hija mostrando labores que hacen para sostenerse económicamente.
Bebo una taza de café. Todo es perfecto. Parece una escena conocida. Y tengo la certeza de que nada puede ocurrirnos en casa de mamá Tere.

Mi hermana poeta descansa luego de su batalla. Le acaricio la frente antes de acostarme. Y doy gracias a Dios.



A mamá Tere
y a Coco

© Cecilia Ortiz
Experiencias por el mundo

2 comentarios:

Tania Alegria dijo...

En reverencia ante tu don de pluma, saludo tu prosa que encuentro a la altura de tu voz poética, melódica y definida.

Mi abrazo amigo con respeto, admiración y afecto.

Tania Alegria

Cecilia Ortiz dijo...

Gracias Tania, tus palabras son muy alentadoras. Estas experiencias por el mundo, son eso. Alguna ha sido más fuerte, otras , únicas, y lo mejor, lo que ha quedado de los viajes.
Un gran abrazo

Cecilia