lunes, 21 de marzo de 2011

El cuento de un cuento





Acompañé a mi amiga Esther hasta la estación de tren, caminamos despacio, conversando. El atardecer de un hermoso día del mes de abril pasaba frente a nosotras. La noté nerviosa. Le pregunté.
Por respuesta me contó un cuento:

Un viejo maestro, caminaba por el camino del bosque, acompañado por su discípulo. Anochecía. Llegaron a una casa, que parecía abandonada, por el aspecto de sus paredes y techo. No había plantas alrededor y un poco más atrás se veía una vaca pastando cerca de lo que parecía un precipicio.
El maestro golpeó las manos y salieron los habitantes de la casa.
Se notaba que eran muy pobres. La ropa raída, las caras tristes. Adentro de la casa todo estaba deteriorado, las sillas rotas, los armarios apoyados en la pared, sosteniéndose apenas. Algunos colchones tirados en el suelo estaban cubiertos por mantas o lo que había quedado de ellas.
El maestro preguntó si podían él y su discípulo pasar la noche allí.
Alrededor del brasero con un poco de leña ardiendo bebieron leche caliente, los habitantes de la casa estaban callados; el maestro preguntó: ¿Cómo se arreglan para vivir en este lugar tan desolado?
Le respondieron: que cómo podían ,algunas veces cambiaban leche por otro alimento o alguna ropa y así, con poco, se arreglaban, porque no había más.
La noche pasó velozmente.
De madrugada el maestro y su discípulo volvieron al camino. En la penumbra vieron la vaca, quieta, cerca de la casa.
El discípulo no podía creer lo que vio. Su maestro había empujado la vaca al vacío y sin decir palabra comenzó a caminar hacia el camino.
Pasaron el día sin hablar. Los pensamientos del discípulo eran siempre los mismos: mi maestro está loco, solamente un loco puede haber tirado la vaca de esa pobre gente.
No preguntó. Al finalizar el día pensaba que su maestro había tenido una razón que él no comprendía. Lo respetaba mucho y no quiso alterar sus meditaciones. Estuvo por preguntarle, pero dudó. Él no debía preguntar, la vida se iba aprendiendo mientras transcurría y se encontraban las soluciones.
Durante mucho tiempo el discípulo despertaba en las noches con la imagen de aquella gente, en la desolación que habían quedado.
Nunca dejó de pensar en ellos y en la razón que impulsó al maestro ha hacer lo que hizo.
Años después, el discípulo comenzó su camino solo.
Volvió al bosque y buscó aquella casa. No la encontró.
Casi en el mismo lugar una construcción nueva, rodeada de árboles frutales, huerta, corrales con aves y ganado, relucía de prosperidad.
Preguntó por aquella gente. Sorprendido descubrió que eran las personas que él buscaba. Se dio a conocer.

Mientras bebía algo fresco escuchó:
Aquella noche la vaca se cayó en el barranco. Cuando vimos que habíamos quedado sin nada nos pusimos a pensar qué podíamos hacer
.


Aquí, mi amiga Esther terminó el cuento.
Volví a preguntar que era lo que la preocupaba. Me contó de sus proyectos y de lo pesado que le resultaba tomar una decisión. Casi en un susurro me preguntó: ¿Tiro la vaca?
Pensé que las posibilidades siempre son un buen capital.
La abracé riendo. Comprendió que le decía que si.


® Cecilia Ortiz

4 comentarios:

POEMAS dijo...

Antes que nada, felicitarte por tu espacio y sobre todo por esta nota.
Aprovecho la oportunidad para hacerte una propuesta de intercambio de enlaces; administro un website de Poemas y considero que es la mejor forma de darnos a conocer en la Red.
Si te interesa, escribime.
Felicitaciones!

Cecilia Ortiz dijo...

Gracias por el comentario, he dejado un mensaje en POEMAS y coloco el enlace.
Un gran abrazo

Edgardo Benìtez dijo...

Un agrado leer tu cuento, Ce. Felicidades por tu Blog.
Edgardo Benitez

Cecilia Ortiz dijo...

Gracias Edgardo Benítez. Abrazo desde este Cuaderno de internet hasta nuestro espacio amigo.
Cecilia